03.07.2020 Noticias del sector

El regadío, el gran aliado de los Objetivos de Desarrollo Sostenible

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Desde FENACORE defendemos el auténtico concepto de Conservacionismo, que consiste en el deseo de conservar la naturaleza y de mejorarla para el hombre


StepbyWater es la primera gran alianza que surge en España en torno al Decenio Internacional para la Acción, Agua para el Desarrollo Sostenible. Y en la Federación Nacional de Comunidades de Regantes de España (FENACORE) estamos totalmente comprometidos con la consecución de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS), basados en La Agenda de 2030, y definida como: «un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad, que también tiene la intención de fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia».

Son 17 los ODS, todos muy loables. Y podrían agruparse en dos grandes bloques que nos tocan de lleno. Uno estaría relacionado con el aumento del nivel de vida y el bienestar de las personas, que pasaría por eliminar la pobreza y el hambre, así como por mejorar la salud, el acceso al agua y la energía de toda la población mundial creciente. Y el otro grupo se encontraría vinculado a la mejora de la naturaleza y del medio ambiente, así como a la mitigación de los efectos del cambio climático.

 

Desde FENACORE defendemos el auténtico concepto de Conservacionismo, que consiste en el deseo de conservar la naturaleza y de mejorarla para el hombre, con la finalidad de conseguir que se lleven a buen término los ODS, y así asegurar una mejora en el modus vivendi de las generaciones futuras.

Lo que sería desacertado es intentar conservar la naturaleza pero sin el hombre, pues desembocaría en un proceso de deshumanización que impediría el cumplimiento de las metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Sin embargo, existe una corriente ambientalista a nivel mundial que insiste en avanzar por este camino, considerando a los humanos como una especie de plaga depredadora de la naturaleza.

La definición del Desarrollo Sostenible nos impone dos condicionantes: satisfacer las necesidades alimenticias de la generación presente y utilizar unos medios de producción poco agresivos con los recursos naturales para no deteriorar el medio ambiente y garantizar la subsistencia de las generaciones futuras.

Y en todo este contexto, el regadío resulta una imprescindible actividad, hoy día tan mal interpretada y peor entendida por una sociedad confundida por tantas contradicciones. Pues si bien a nivel sectorial existen producciones excedentarias de muchos cultivos agroalimentarios, desde una óptica mundial hemos de ser conscientes de que la agricultura de este nuevo siglo ha de enfrentarse a varios importantes retos.

El primero de ellos, y quizás el más importante, es el tener que alimentar a una población mundial creciente, ya que el crecimiento demográfico medio anual previsto será de alrededor del 1% y la población podría pasar de los 7.600 millones de habitantes actuales a más de 9.500 millones en 2050.

Otro reto, también de bastante relevancia, pasa por reducir la pobreza rural existente en el mundo. Actualmente un 12% de la población mundial se encuentra hoy por debajo de los umbrales de desnutrición, supone 820 millones de personas. En este sentido, el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas ha publicado que la incidencia del COVID-19 podría casi duplicar el número de personas que padecen hambre aguda en todo el mundo.

El tercero de los desafíos para la agricultura trata de responder al previsible incremento sobre la gestión de la disponibilidad de los recursos naturales, debiéndose realizar una gestión sostenible de los mismos. Y para ello convendría poner en marcha cuanto antes un Plan Nacional de Infraestructuras Hídricas que siga la estela de los planes estatales de carreteras o de infraestructuras ferroviarias, por mucho que las perspectivas económicas para España dificultarán la necesaria inversión en este tipo de obras.

Por otra parte, ante el probable aumento de las lluvias torrenciales como consecuencia del cambio climático, en los países con climas áridos y semiáridos se impone la necesidad de seguir avanzando hacia la culminación de las obras de regulación que nos permiten un doble efecto: evitar los daños producidos por las inundaciones y además poder almacenar el agua y tenerla disponible en los periodos de sequía. Con esta medida se mitigarían dos de los efectos más perjudiciales del cambio climático (inundaciones y sequías) y se contribuiría a superar los retos del Desarrollo Sostenible relativos a la seguridad alimentaria.

Asimismo, la propia FAO advierte de que a nivel mundial la producción de alimentos ha de incrementarse en más de un 60% para abastecer las necesidades de la población mundial creciente.

Finalmente, para cumplir con una función socio-económica tan primordial como la producción de alimentos, la agricultura del este nuevo siglo no sólo no puede conformarse con mantener los niveles de producción existentes, sino que deberá mejorar los niveles de productividad en las tierras de regadío, pues de continuar con los actuales, habrían de triplicarse las tierras dedicadas a la agricultura, en detrimento de selvas y bosques, lo que resultaría medioambientalmente inadmisible.

La solución tendría que basarse en el regadío y la biotecnología, ya que ocupando menos territorio se produce mucho más. Por ejemplo, en España el regadío ocupa sólo poco más del 20% de la superficie agraria útil, pero produce un 67% de la producción final.

En definitiva, el regadío será garante de la alimentación en el futuro. Pero, además, si el Gobierno quiere alcanzar la neutralidad climática de España de aquí a 2050, debería tener en cuenta que nuestros cultivos son auténticos sumideros de dióxido de carbono y reducen el efecto invernadero. Además, mantienen a la población distribuida en el entorno rural -evitando el vaciado de los pueblos-, disminuyen el efecto de la erosión, constituyen una producción estratégica -incluso en los países desarrollados, como se ha podido comprobar recientemente con la pandemia del Covid-19-, generan un desarrollo industrial, crecimiento económico y social por todo el complejo agroalimentario asociado, permiten la producción distribuida de energías renovables, influyen sobre el clima disminuyendo la temperatura en climas cálidos... Unas externalidades que, sin lugar a dudas, además de beneficiar a toda la sociedad, lo convierten en el gran aliado para superar los retos que se plantean con los ODS.

*Andrés del Campo es presidente de Fenacore, la Federación Nacional de Comunidades de Regantes de España.

 







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